About me and my blog

jueves, 29 de septiembre de 2011

Reflexiones acerca del apego...

Recientemente, al reemprender mi estudio de la literatura, que había quedado interrumpido al ser madre, he podido observar como nuevos matices enriquecían la lectura de obras clásicas. Da la casualidad que este año doy un seminario sobre premios Nobel en lengua inglesa y este mes, mientras preparo la sesión sobre la novela de Pearl S. Buck "The Good Earth", me ha sorprendido agradablemente descubrir que embarazos, partos, lactancia y crianza, fenómenos tan inherentes a la vida como invisibles, se encuentran narrados en grandes obras de la literatura.
Me hallaba absorta en cierto capítulo cuando unas cuantas líneas me han hecho detenerme y obligarme a escribir lo que ahora escribo. El protagonista de mi libro parecía resumir en pocas palabras aquello que yo hace meses que voy sintiendo en lo más íntimo: el apego con la propia cría, cuando se da, actúa como estímulo de un tipo de crianza, respetuosa, apegada, instintiva, que no se da cuando el desapego se ha instaurado desde el primer momento del nacimiento.
El personaje, un campesino chino trabajando en la ciudad después de una gran famina en el campo se ve en el dilema de vender a su hija de pocos años como esclava para así poder volver a su tierra o seguir en la ciudad, en condiciones miserables, pero conservando intacta su familia.
"I might have done it" (lo hubiera hecho), he mused (murmuró), "if she had not lain in my bosom and smiled like that" (si no la hubiese llevado en mis brazos y me hubiese sonreído como lo hacía).
El apego que se ha creado entre la bebé y su padre, el campesino, hace que le parezca inconcebible vender a su propia hija. Pero como él mismo expresa; si este apego no hubiese existido, la idea de venderla como esclava le parecería factible.
Salvando las enormísimas diferencias, he aquí el mensaje que en mi opinión expresa lo que es el apego.
Cuando un bebé nace de forma natural, sin que la madre sea drogada, cuando la lactancia se establece desde el principio, el bebé se mantiene junto a la madre (junto a los padres), es llevado en brazos a menudo y respetado en sus necesidades; se crea un vínculo tan estrecho que resulta difícil de romper. Es entonces cuando a menudo se plantea la posibilidad (en ocasiones peripécica) de llevar a cabo una crianza diferente a la más habitual en nuestra sociedad; una crianza sin guarderías ni abuelos canguro; sin biberones ni alimentación a marchas forzadas; sin rutinas de dormir estrictas porque al día siguiente hay que levantarse pronto para salir de casa. Una crianza, en definitiva, donde los padres (o almenos uno de los dos) se hacen cargo del bebé durante todo el día.
Cuando desde el primer momento ha habido separación, en cambio, es más difícil que el apego florezca.
Y, como si lo estuviese oyendo, se me dirá: "eso los afortunados que podéis". Bueno, claro, si este tipo de crianza no se plantea en el seno de la familia como una posibilidad, entonces no se puede.
Quien algo quiere encuentra la manera... y quien no lo quiere, encuentra la excusa.


P.S.
Aunque utilizo como símil el caso de la novela de Pearl S. Buck, no deseo para nada que se interprete que equiparo el hecho de vender a una hija como esclava con una crianza menos apegada de la que yo describo. Nada más lejos de mi intención juzgar a nadie.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Demos una oportunidad al instinto

Hace tan sólo dos meses, aproximadamente, que mi hija come sólidos pero en este tiempo he podido observar que los bebés son perfectamente capaces de comer comida sin triturar, a pesar de no tener ni un diente. Cabe imaginar que los bebés de los primitivos no comían papillas. Es más, si leemos novelas históricas o estudios antropológicos de la época, lo constatamos.

Mi hija, como otros niños que han tomado pecho hasta pasar a tener interés genuino por la comida, no tenía interés en comer una pasta de color uniforme mientras los demás comíamos platos de trozos de colores y texturas diferentes. De hecho, al principio empezamos ofreciéndole plátano entero, que ella mordía con las encías y comía a su ritmo. Como que en todo momento siguió mamando, podíamos estar tranquilos de que comía tanto como necesitaba de manera que a los siete meses y medio empezó a comer pan y trocitos de otras frutas y verduras hervidas. Siempre a su ritmo y apetito.

Uno de los mayores obstáculo que mucha gente encuentra a que los bebés coman trocitos es el miedo "a que se atraganten". Si damos una oportunidad al instinto, no obstante, si el miedo no nos lo impide, podremos observar que la capacidad de escupir aquello que es demasiado grande para tragar en los bebés es enorme.
Por lo demás, que toda la familia coma lo mismo, con ligeras variaciones es mucho más cómodo que estar hirviendo y triturando comida a parte.

Personalmente estoy muy contenta de haberlo podido hacer así. Sin miedo, observando y respetando la inclinación de mi hija hacia unos alimentos y el rechazo de otros. Mi creencia es que este transito tranquilo y placentero hacia los alimentos sólidos facilitará una relación saludable con la comida a lo largo de su vida. Nadie, mejor que el propio bebé, sabe cuanta comida necesita. Y si se conserva la lactancia materna, la tranquilidad al introducir alimentos puede ser total. Y la tranquilidad es algo que para la crianza de un bebé siempre se agradece de todas partes.