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viernes, 1 de abril de 2011

El colecho como deseo y no como claudicación

Muchas veces oigo testimonios de madres que dicen dejar dormir a sus hijos en sus camas por cansancio. "Estoy tan cansada que ya no le llevo a la cuna".  "He claudicado, ya paso de intentar dormirl@ en su cuna...". No fue así la manera como yo descubrí eso que llaman colecho y me gustaría compartirlo con vosotros porque estoy segura que mi caso no es único.
Estando embarazada me llegaron a ofrecer hasta cinco cunitas y dos cunas. Totalmente desconecedora del instinto que iba a descubrir al dar a luz, ofrecí tres, una para casa de mis padres, otra para casa de mis suegros y la tercera para nuestra casa... Toda la vida había visto cunas y sabido de bebés que duermen solitos detrás de barrotes que me recordaban más a una cárcel que a otra cosa. Ahora me sorprende lo poco que cuestioné el objeto cuna. Y me sorprende sobre todo porque siempre he tenido una vena cuestionadora. La maternidad ha sido para mí como una puerta que se abre al instinto.

Lo más natural, desde el primer día, nos pareció que nuestra querida pequeña durmiese con nosotros. Tras algunas semanas, no obstante, pensé que tal vez deberíamos probar la cunita... para qué sinó la teníamos... y así empecé a llevar a la cunita a mi hija cuando se dormía y a ir a buscarla cuando se despertaba para mamar. Mi bebé, como todos los demás, imagino, se despertaba nada más aterrizar en la cuna, tan bien como se está en los brazos... y eso me hizo pensar que despertarse en un lugar diferentes al que te has dormido debe producir inevitablemente una sensación de confusión. Luego estaba mi sensación de vacío al tenerla durmiendo en su cunita bajo la ventana de la habitación y yo tan lejos... Ella, pobrecita, no se quejaba, no lloraba, pero eso aún me hacía sentir con más fuerza que el lugar que yo deseaba para ella era junto a mí.

La placidez con que dormía junto a mí tras haber mamado un día a la hora de la siesta me hizo darme cuenta de que si tanto mi deseo como el suyo parecían coincidir porqué seguir llevándola a su cunita a dormir.

Desde ese día, nuestra pequeña, duerme con nosotros. ¡Y qué maravilla mirarla dormir!

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